Cuando la superficie de una obra se considera, entendemos el arte de esclarecer no solamente los procedimientos técnicos sino también las múltiples alternativas conceptuales que le darán tiempo, peso y densidad a la idea.
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La obra no simboliza con su apariencia final más de lo que en realidad se prueba durante el proceso que la incorpora al medio y que por lo general desconocemos. Y en cualquier caso se sugiere como un componente de superficie irónicamente fundamental, de esa manera se enriquece, no solo estéticamente a la obra, si no que acopia un valor de sentido palpable, vulnerado por los rigores de la observación.
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La superficie es un meticuloso plano del juicioso carácter del escultor en la acción de crear, la visión, el tacto, poco a poco van sorteando un lenguaje con el cual se idiomatizan otras percepciones, que facilitan una noción más específica del lenguaje plástico, y las formas de percibirlo; los sentidos que se estimulan en la práctica de la escultura, nos llevan al éxtasis de la comprensión más concreta, en control de un juicio libre y un parecer sin padeceres, llega el sentido, cualquiera que este sea, para coronar de hallazgos dicha práctica y permitiendo que se afiance aún más la aparición de lo que podríamos llamar obra.
La superficie es la dialéctica más viva de la escultura, ésta se constituye en el carácter mas sobresaliente de todo objeto y es por antonomasia el lugar del encuentro con el publico, que relacionará, desde sus umbrales, la introvertida y renaciente experiencia estética.
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